Maniqui exibiendo vello púbico en un escaparate de Nueva York |
La resolución de este enigma pasa por echar un vistazo al árbol genealógico de unos insectos nada populares, los piojos.
Como todos los parásitos, los piojos que hoy corretean por nuestro
vello corporal han ido evolucionado junto con sus huéspedes, nuestros
antepasados, a lo largo de nuestra historia evolutiva. Por ejemplo, los
piojos que encontramos en los gorilas, del género Pthirus, divergieron
de los piojos que encontramos en humanos y chimpancés, del género
Pediculus, poco después de que los gorilas y el ancestro común a
chimpancés y humanos se separasen.
De la misma manera, la especie de piojo que hoy combatimos
en el pelo de nuestro hijos, Pediculus humanus capitis, se separó de la
que encontramos en los chimpancés aproximadamente en el mismo momento en
que chimpancés y humanos tomaron caminos evolutivos distintos, hace
unos 6 millones de años. Desde entonces, hasta hace entre 80.000 y
170.000 años, los piojos del cabello humano sobrevivieron refugiados en
nuestra testa sin poder colonizar nuevos ambientes, ya que nuestro
escaso vello corporal les impedía expandirse. Sin embargo, hace entre
80.000 y 170.000 años (dependiendo de la población humana a la que nos
refiramos) los humanos comenzamos a cubrir nuestro cuerpo con ropa y
esto permitió a los piojos del cabello recolonizar nuestro cuerpo para
convertirse en los piojos del cuerpo humano (Pediculus humanus
corporis).
Esta interesante genealogía parásita no solo refleja un
hecho evolutivo muy común, como es la coevolución de parásitos y
huéspedes, sino que nos proporciona algunas pistas sobre el origen de
nuestro vello púbico. Concretamente, lo hace la posición que en ella
ocupa una especie muy particular de piojo del que aún no hemos hablado, y
que algunos desafortunados humanos cobijan en su vello más íntimo. Se
trata del "piojillo"
(Pthirus pubis), también conocido como el piojo del vello púbico o ladilla, Pues
bien, resulta que esta especie no pertenece al grupo que evolucionó con
chimpancés y humanos (Pediculus), como cabría esperar si hubiese
evolucionado en el vello púbico de nuestro ancestro común.
Sorprendentemente, pertenece al grupo de los piojos de los gorilas
(Pthirus; un grupo que se especializa en vello más grueso que el de
nuestro cabello) del que habría divergido hace tan solo 3,5 millones de
años. Lo que esto sugiere es que el piojillo del vello púbico habría
recolonizado nuestro cuerpo directamente desde los gorilas (mucho
después de que gorilas y humanos tomásemos caminos evolutivos distintos)
aprovechando la presencia de una nueva clase de pelo, convenientemente
grueso, en nuestra especie.
Ornamento sexual
En resumen, el árbol genealógico de los piojos sugiere que
nuestro «exagerado» (si lo comparamos con cualquier otra especie de mono
del planeta) y grueso vello púbico apareció mucho después de
convertirnos en un mono desnudo, y por tanto muy probablemente para
servir una función completamente distinta a la del resto de nuestro
vello corporal. ¿Cuál? Me temo que aquí volvemos a pisar terreno
altamente especulativo. Las características de nuestro vello púbico y el
hecho de que este aparezca durante la pubertad han llevado a algunos
antropólogos a sugerir que se trata de un ornamento sexual que podría estar relacionado con la transmisión de feromonas sexuales (sustancias químicas atractivas para el sexo opuesto).
Esta posibilidad encaja bien con la presencia de glándulas
apocrinas en la región del perineo (entre el ano y los genitales), que
además crecen en tamaño y se activan durante la pubertad al mismo tiempo
en que crece el vello púbico. Este tipo de glándulas del sudor están
relacionadas con la secreción de feromonas sexuales en muchos mamíferos,
donde con frecuencia van acompañadas de mechones de pelo que sirven
literalmente para atrapar las feromonas emitidas, favoreciendo así su
detección por parte de otros individuos.
Sin embargo, y a pesar de estos paralelismos, (aún) no
existe evidencia firme que demuestre esta función en humanos, por lo que
el vello púbico permanece de momento como un enigma más de nuestro cuerpo.
Una cosa sí que sabemos, estudios recientes sugieren que la guerra que,
a base de depilaciones brasileñas y armados con modernas máquinas de
afeitar, hoy libramos contra el vello púbico esta trayendo consecuencias
no siempre positivas. Aunque está reduciendo considerablemente las
infestaciones por piojillos, al incrementar el contacto piel a piel
durante las relaciones sexuales la ausencia de vello púbico parece estar
favoreciendo la transmisión de varias enfermedades de transmisión sexual. Tenedlo en cuenta la próxima vez que blandáis la cuchilla de afeitar.
Por Pau Carazo. Investigador Marie Curie en el Departamento de Zoología de la Universidad de Oxford.
Fuente: www.abc.es/ciencia